Operacion Chavin de Huantar 22 de abril 1997





C. VIDA SECUESTRADOS

"Cronología y vivencias durante el periodo del secuestro; Testimonios de quienes sufrieron estos meses."

C.1 CRONOLOGÍA

Diciembre



17.- A las 20:38 horas local un comando del MRTA asalta la residencia del embajador de Japón en Lima, toma a unos 700 rehenes y exige la liberación de 440 guerrilleros presos. Rápidamente liberan alrededor de la mitad de los rehenes.

18.-El gobierno peruano designa al ministro de Educación, Domingo Palermo, como interlocutor en la crisis.
20.- Los rebeldes liberan a 38 rehenes, que se suman a otros 350 ya liberados, entre ellos la madre y la hermana del presidente Alberto Fujimori. 21.- Un ex prisionero de los insurgentes anuncia que el líder del grupo es Néstor Cerpa Cartolini, comandante Evaristo. Fujimori, por su parte, dice que no ``discutirá un acuerdo de paz''. El presidente Alberto Fujimori declara que no habrá conversaciones.

22.- Son liberados otros 225 rehenes.

25.- El arzobispo de Ayacucho, Juan Luis Cipriani, comienza a intervenir en la crisis al ser designado representante del Vaticano para mediar entre el gobierno y los rebeldes emerretistas.

26.- Una explosión sacude la mansión. La policía dice que un animal habría detonado una mina instalada por el MRTA.

28.- Liberan a un grupo de 20 personas y quedan 83 rehenes.

31.- Un grupo de reporteros gráficos ingresa a la mansión y dialoga con Cerpa.

 Enero
07.- Se escuchan disparos en la residencia. La policía arresta a dos periodistas de la cadena televisiva japonesa Asahi, que ingresaron a la mansión burlando los sistemas de seguridad.



08.- Fujimori reitera que no habrá ``liberación de terroristas'', que desea ``una salida pacífica'' a la crisis y amenaza con "recurrir a otros métodos'' si se pone en peligro la vida de los rehenes.

15.- El MRTA acepta una Comisión de Garantes para las negociaciones.

21.- Efectivos policiales realizan simulacros de despliegues ofensivos en torno a la mansión.

26.- Es liberado el general José Rivas Rodríguez, alto jefe policial, retirado en camilla de la residencia. Quedan 72 rehenes.

27.- La policía instala altoparlantes y realiza una parada militar delante de la residencia. Los guerrilleros responden con ráfagas de disparos. No hubo heridos.



Febrero



01.- En Toronto, Canadá, el presidente Fujimori y el primer ministro japonés, Ryutaro Hashimoto, acuerdan promover el diálogo con el MRTA.

06.- Crucial primer encuentro entre miembros de la Comisión de Garantes con Cerpa para coordinar el comienzo de ``conversaciones preliminares'' con el gobierno.

11.- El lugarteniente de Cerpa y número dos de la estructura del MRTA, Roli Rojas, y el interlocutor del gobierno peruano, Domingo Palermo, se reúnen en una casa vecina a la sede diplomática de Japón para dar comienzo formal a las negociaciones.

20.- El jefe del MRTA participa por primera vez en forma personal en los debates al integrarse a la cuarta sesión del diálogo.



Marzo



01.-Los emerretistas ratifican su demanda de excarcelar a sus compañeros presos y anuncian que la "rendición'' no figura en sus planes.

02.- Fujimori visita República Dominicana y Cuba para estudiar posibilidades de que esos países caribeños brinden asilo político a los insurgentes.

04.- Cerpa rechaza posibilidad de asilo político y reitera la exigencia de liberar a sus camaradas presos.

06.- El MRTA denuncia un supuesto plan militar del gobierno y advierte sobre la construcción de un túnel para infiltrar fuerzas de seguridad. Suspende el diálogo hasta analizar la situación con los garantes.

07.- Los mediadores instan a gobierno y guerrilla a reanudar el diálogo. Un corresponsal de la cadena británica WTN abandona el país tras recibir amenazas de muerte por sus contactos radiales con el MRTA.

12.- Se cumple la décima ronda de conversaciones sin arribar a acuerdos.

13.- Se reúnen la Comisión de Garantes y voceros del MRTA para desbloquear el proceso de diálogo.

14.- La Comisión de Garantes se reúne con Palermo para agilizar las negociaciones con los rebeldes.

17.- Manifestación de solidaridad con los rehenes en todo el país mediante el retumbar de cacerolas, bocinas y el repique de las campanas de las iglesias.

18.- Llega el vicecanciller japonés, Masahiko Komura, para agregar gestiones directas ante Perú y luego con los gobiernos de Cuba y República Dominicana.

19.- El arzobispo Juan Luis Cipriani instó al gobierno peruano y al MRTA a un ``pronto acuerdo basado en la reconciliación y el perdón''.

20.- Fujimori reitera que no liberará ningún preso del MRTA. Un vocero de la guerrilla dice que sectores del gobierno no quieren una solución pacífica.

21.- Los miembros de la Comisión de Garantes llaman a la comunidad internacional a sugerir soluciones luego que Cipriani pidiera ``más seriedad'' a las partes.

24.- El arzobispo Cipriani se reúne con el presidente Fujimori. Rumores sobre un acuerdo de seis puntos. El comando del MRTA aceptaría asilo en Cuba y un número indeterminado de presos del MRTA, que no han cometido crímenes, saldría libre.

29.- Intensos rumores sobre un inminente reinicio de las conversaciones y una pronta solución a la crisis de los rehenes.



Abril



02.- Se diluyen los rumores al no concretarse la reanudación del diálogo. La crisis se entrampa otra vez.

04.- Diversos medios de prensa informan de una visita del arzobispo Cipriani a la base naval del Callao, donde está recluido el líder y fundador del MRTA, Víctor Polay, de 46 años.

06.- Fujimori aclara que Cipriani no visitó la base naval y reitera que la crisis se solucionará por la vía pacífica.

07.- Néstor Cerpa declara a medios de prensa que la solución de la crisis está en manos del gobierno peruano y pide a Fujimori propuestas ``concretas'' en relación a su demanda central de excarcelar a sus compañeros.

08.- El arzobispo Cipriani se entrevista con Fujimori después de dos semanas. La Comisión de Garantes recibe un informe del comité sobre las condiciones carcelarias de los presos del MRTA.

09.- Cipriani reitera a ambas partes a ceder e invoca a Dios para allanar el camino porque para ``él no hay imposibles'', tras lamentarse que la crisis de los rehenes se ``alarga demasiado''.

10.- Cipriani se reúne nuevamente con Fujimori y Palermo, y luego con Cerpa. Los garantes conversan por primera vez con el Defensor del Pueblo. El delegado del Vaticano admite que hay ``pequeños avances'' que ``conducirán a un buen final''.

11.- Cipriani se reúne por tercera vez en la semana con el presidente Fujimori. No hay declaraciones.

12.- Cipriani indica que ``las negociaciones avanzan''.

19.- El ministro peruano del Interior, general Juan Briones Dávila, dimite tras reconocer ``deficiencias'' de la policía peruana. El ``número dos'' del Comité Inter- nacional de la Cruz Roja, Juan Pedro Schaerer, es expulsado de Perú por haber sobrepasado sus funciones humanitarias.

20.- Asume el nuevo ministro del Interior, general César Saucedo, y el nuevo titular de la policía nacional, general Fernando Dianderas.

21.- Cipriani anuncia que tomará un descanso de varios días a causa de la tensión a la que se ha visto sometido desde el comienzo de la crisis. El arzobispo envía una carta al primer ministro Ryutaro Hashimoto pidiendo una flexibilización del diálogo por parte de Lima.

21.- El comando del MRTA anuncia que decidió una drástica reducción de las visitas médicas a los rehenes.

22.- Poco después de las 15 horas comienza la operación militar para ocupar la residencia del embajador japonés en Lima





C.2  TESTIMONIOS

Carlos Alberto Yrigoyen Forno.- es diplomático, especialista en la cultura nipona y autor de la novela `Tiempos difíciles' sobre la inmigración japonesa al Perú. Estuvo confinado en el segundo piso de la residencia con el Canciller Tudela, los embajadores extranjeros y el `cumpa' Tito. Fue liberado en el grupo de los 225 rehenes.

"Al cabo de haber vivido y compartido un cautiverio de seis días en la embajada de Japón, quiero expresar mi agradecimiento público a la Cruz Roja Internacional y al embajador del Japón, por todo lo que vienen haciendo en favor de los rehenes del MRTA desde el 17 de diciembre del año pasado.



Esta misiva constituye el testimonio directo de gratitud ante las experiencias vividas por el suscrito. Estoy seguro de que la labor periodística y formativa de CARETAS también ha contribuido en forma decisiva para nuestra liberación al igual que los grupos de oración, las plegarias y preces de amigos y familiares, asi como diversos movimientos espiritualistas quienes asumieron a plenitud de intensidad sus respectivas tareas. Aunque la didáctica de la vida es por demás versátil y sorpresiva, creáme que no era absolutamente necesario experimentar aquellos días privados de nuestra libertad, sin luz, agua ni medios de comunicación, para saber que existen millones de seres humanos en el Perú y en el Mundo, quienes sobreviven sometidos a similares o peores condiciones. Pero también resulta claro que "Dios escribe recto con líneas curvas..."
Fuente Revista Caretas Enero 1997.

Relato de esos dias.-
Lo que vivieron las personas secuestradas en el atentado a la embajada de Japón fue muy duro, fue tan duro para cada persona dentro y fuera de la embajada relacionadas directa, refiriéndonos a los familiares. Pero haciendo referencia a las vivencias de aquellas personas dentro de la embajada es lo que paso con el hijo de uno de los policías que estuvo como rehén.

Este muchacho se acercó al Árabe(uno de los principales encargados de la toma de la embajada) para pedirle ver a su padre, un oficial de la policía recluido en una habitación de arriba, pues se encontraba enfermo del corazón. El emerretista se opuso, pero la insistencia del joven terminó por convencerlo de hacer la consulta a Cerpa. Fueron hasta el estudio convertido en centro de operaciones de la cúpula, donde, después de un largo ruego, el líder aceptó. El muchacho regresó para esperar la oportunidad en su habitación, entre rehenes que empezaban a creerlo un traidor, porque hablaba demasiado con los captores, hasta que él les contó lo que pasaba. Estaba emocionado. Con las horas, la visita no se produjo y él trató de averiguar la causa de la demora. Allí se enteró de que Tito había rechazado esa posibilidad, (demostrando asi que los terroristas estaban teniendo dificultades relacionadas con el mando por ello es que ni Cerpa había podido imponerse. Entonces comenzó otra larga ronda de ruegos con el mando reacio, hasta que pasados varios días logró convencerlo. Solo con el consentimiento de Tito, el joven pudo visitar a su padre.

Lo cierto es que a lo largo de este secuestro hubo rehenes, los cuales fueron liberados. Los cuales eran sometidos a una intensa interrogación policial, al grado de poder informes todo lo que puedan dar los más mínimos detalles de todo lo que sucedía dentro del establecimiento, la embajada de Japón. Por ejemplo uno de los ex cautivos fue invitado a ver un video para que reconociera el lugar donde había estado recluido. Era, al parecer, uno de los dos únicos oficiales de la policía que Cerpa accedió a liberar en la segunda quincena de enero por razones médicas, después del ultimátum del Gobierno que anteponía la integridad de los rehenes a cualquier gestión. El anuncio había puesto en alerta a los subversivos sobre las condiciones de sus prisioneros. Entre los más afectados estaba el comandante Luis Valencia, jefe de la unidad Delta de la DINCOTE, cuyos dolores neurálgicos en un hombro le impedían siquiera dormir; sus compañeros gestionaron atención médica ante la Cruz Roja, pero hacia el día 17, exactamente a un mes de la toma, su condición había empeorado tanto que Cerpa se vio conminado a liberarlo. Semana y media después, tras una discusión de horas con el canciller Tudela y el embajador Aoki, el general José Rivas —víctima de un preinfarto en los primeros días- fue entregado de madrugada a la Cruz Roja; sería el último rehén liberado, porque a la mañana siguiente, presa de otro estallido furioso, Cerpa recorrió todos los cuartos con el anuncio de que el próximo enfermo moriría allí mismo pasara lo que pasara.

La policía no dejaba mucho tiempo a los liberados para recuperarse y trataba de extraerles la mejor información posible. En ese trance estaba el oficial que miraba imágenes de los emerretistas.

Y todos estos rehenes estaban dispuestos a responder cualquier pregunta que se le hiciera por lo que deban los detalles de todo como lo demuestra el siguiente fragmento de las preguntas que se hicieron a un ex rehén:
- ¿Cuántos son los terroristas que se encuentran en la residencia?

- preguntó el general, interesado en cada impresión del testigo.

- Son catorce, tenemos la clara convicción de que son catorce -respondió el ex rehén, mientras una grabadora registraba la conversación.

- ¿Cuántas mujeres?

- Dos mujeres.

- ¿Y qué edad promedio?

- Hay un cojo que según el comandante del grupo tiene entre 28 y 30 años, o tal vez está entre 25 y 30. A «Salvador» le calculo entre 20 y 25 años, es el que habla de que ha combatido anteriormente.

Todos los rehenes trataban de recordar todo lo que podían. Ejemplo de ello era lo que un testigo describía con rigor un escenario que ahora debía parecerle el de una película pasada. Por sus palabras se podía reconstruir cómo se habían adaptado los captores al encierro, sus medidas de logística, sus desplazamientos y su manera de mantenerse alerta.

- ¿Cuál es el problema? Cuando se fue la luz, a los dos o tres días, comenzaron a usar las baterías y las pilas chicas, hasta que se agotaron. Un día que bajamos a escuchar radio, nos formaron de nuevo y nos quitaron los beepers a todos, especialmente si eran a pilas. Y como se les agotaron también, empezaron a buscar pilas grandes y a acoplarlas con un cordón blanco de corriente a todas las radios. Un día escuché que apagaron la radio y un rato después volvieron a encenderla, como para ahorrar.

- ¿Y se comunican entre ellos por radio? —preguntó el general.

-Sí, sí. Yo no sé si para confundirnos, pero les escuchábamos llamarse con apodos: «Palestino», «Salvador» y así. En las tardes y en las noches se ponen números, o sea, «21», «22», «20». Los primeros días la vigilancia con nosotros fue más fuerte. Por la noche, al menor movimiento o cuchicheo prendían la linterna y nos alumbraban.

El diálogo se centró en la ubicación de los rehenes y las maniobras de los emerretistas para confundirlos. El ex cautivo contó que algunas noches los terroristas actuaban como si fueran a dormir, cuando en realidad planeaban incursiones sorpresivas a los dormitorios. Entonces rastrillaban sus armas sobre las cabezas de los prisioneros y los iluminaban a la cara solo para destrozarles los nervios. Un día, contó el testigo, dos emerretistas colocaron a todos los militares boca abajo, como para iniciar una ejecución masiva. Era otro engaño, como los anteriores, pero esta vez tenía un mensaje:
- Nos dijeron: «A ustedes nosotros no los vamos a matar. Ustedes van a morir porque realmente el Gobierno va a entrar acá con su fusil y va a arrasar y lamentablemente tendremos que morir todos». Eso lo decía Cerpa. Y, realmente, mi general, nosotros hasta hemos pensado cómo pueden entrar nuestras fuerzas, por el techo o por las ventanas, y hemos concluido que tiene que ser una cosa simultánea, es decir, por todo sitio. Nosotros, los de adentro, teníamos un plan. Habíamos pensado pedir como tres o cuatro pistolas con silenciadores, para darle un tiro a Cerpa, a su guardaespaldas y al Árabe cuando subieran y también a los que están ahí en el segundo piso. Con las armas que les quitásemos bajaríamos para atacar a los de abajo.

El vicealmirante Giampietri se propuso obtener información de inteligencia desde los primeros días. En el tedio de las horas de espera, de las mañanas bajo el mismo techo y las noches que terminaban al derretirse las velas, no era raro encontrar la oportunidad de cruzar palabras, aunque fueran breves y sobre asuntos específicos, con esos muchachos armados o sus dirigentes veteranos. Cerpa había dicho varias veces que las conversaciones estaban estancadas, pero nada podía estar más empantanado que el futuro entre los límites de ese cautiverio insólito. Eran jornadas agónicas. Cuando todavía había más de trescientas personas dentro, el lugar podía ser lo más parecido a una cámara de gas, o mejor aún, una cápsula para torturar a los cautivos de puro calor. El bochorno del verano limeño maceraba los nervios de gente que de pronto estaba privada de agua, que no podía bañarse ni lavarse demasiado, que dormía aplastándose las piernas y los brazos con otra gente igual de hastiada y adolorida. Algunos rehenes, sobre todo los japoneses y los militares peruanos, habían optado por hacer ejercicios para evitar calambres y aliviar la tensión. A los primeros se les permitía subir y bajar las escaleras centrales, mientras que los oficiales debieron concentrarse en su habitación. Cuando terminaba la rutina diaria de las mañanas, Giampietri caminaba.


El vicealmirante se había autoasignado la tarea de cambiar diariamente las velas de los candelabros en todas las habitaciones, de manera que siempre tenía un pretexto razonable para entrar en los cuartos alborotados por el murmullo de los rehenes y pasearse en las narices de los emerretistas de guardia, sin llamar la atención. En el recorrido podía ver a los japoneses concentrados en el mahjong -un exótico juego de fichas chinas que deben combinarse para ganar-, a los peruanos embebidos en partidas de ajedrez o en juegos de naipes, a rehenes que preferían evadirse con los libros y guitarras facilitados por la Cruz Roja, actividades evasivas para matar el tedio, que fueron perdiendo efecto con cada regreso a la rutina. Dependiendo del horario, podía toparse con las clases que se organizaron entre los propios rehenes: el congresista Matsuda y su grupo de aprendices de japonés, el general Domínguez y sus discípulos de francés, el congresista Pando y el padre Wicht instruyendo en el uso del español a sus respectivos grupos de japoneses. Incluso esas oportunidades eran propicias para el trabajo de inteligencia, porque en algún momento Tito se animó a sentarse para aprender el idioma del país cuya embajada retenía y a Cerpa se lo vio interesado en las clases del general Domínguez, quién sabe si especulando sobre la posibilidad de reencontrarse con sus hijos en Francia, donde estaban asilados. El mismo Giampietri llegó a dar una de las conferencias magistrales que se organizaban por las noches, después de la cena, en la habitación donde se iba a quedar hasta el día del rescate. Esa vez, precavido de las reacciones extremas de los emerretistas, eludió detalles de su experiencia militar y se concentró en hablar de deportes marítimos y de su trabajo como director del Instituto del Mar.


El vicealmirante fue interrogado durante una hora, frente a un tenso auditorio de rehenes, pero la información de los captores era pobre e incompleta, por lo que pudo eludir las preguntas con argumentos técnicos. Dijo que su trabajo de entonces como jefe de Operaciones Especiales de la Marina era dirigir desplazamientos de naves en el mar y, por otro lado, que para la fecha el encargado de esa operación debió ser un oficial bastante más joven. Sus palabras tranquilas y firmes convencieron al jefe de los subversivos y el tema quedó zanjado, porque nadie lo volvió a tocar. «A partir de ese momento ya no tuvieron tanto interés en mí», recordaría mucho después.

 
La primera tarea fue establecer la identidad de los captores. Cuando el grupo terrorista se relajó y sus integrantes se quitaron las pañoletas, los oficiales cautivos pudieron calcular sus edades, sus señas físicas y las reacciones que tenían, sus temperamentos. De acuerdo al detalle más notorio, les pusieron apodos para identificarlos, de modo que si al que padecía de un acné rebelde le pusieron «Coné», como el personaje de historieta, a la robusta muchacha que los subversivos llamaban Cinthya la rebautizaron como «Gringa», porque tenía la piel muy clara en comparación con el resto, y al chiquillo de ímpetu desequilibrado, que solía amenazar con su fusil por cualquier cosa, lo siguieron llamando «22», como el simple, lacónico P número que había lucido sobre el rostro. Lo mismo con los demás. El análisis fue aplicado a la cúpula mediante datos que se iban obteniendo de conversaciones informales y aparentemente inofensivas con los militantes. Así los oficiales pudieron establecer que, aunque Cerpa ejercía como líder, gran parte del ascendiente militar del grupo estaba en manos de Tito, un tipo con una predilección especial por intimidar a los retenidos con sus arengas revolucionarias. Cada mañana, a eso de las seis, él hacía que los emerretistas formaran en el salón de las barricadas para cantar el himno del combatiente tupacamarista y luego terminaba el ceremonial con frases del tipo «patria o muerte», machacando a gritos que cualquier incursión de fuera terminaría en una masacre. Cada uno de estos detalles era comunicado al vicealmirante, según la cadena de inteligencia acordada. Giampietri trabajaba en reserva, pero informaba de ciertos avances al canciller Tudela, a su juicio el funcionario más representativo y prudente del Gobierno entre los cautivos. Fue a través suyo que Tudela se enteró de la existencia de un beeper no confiscado.


El aparato pertenecía al comandante Roberto Fernández Frantzen, edecán de la presidencia del Congreso, el único rehén que pudo conservarlo a pesar de la requisa de los emerretistas, porque tuvo la precaución de esconderlo entre sus testículos antes de someterse al registro. Ese pequeño receptor iba a ser la vía de contacto de los rehenes con el exterior.


En pleno arranque de cólera, mientras anunciaba el fin de las concesiones por su parte, su rostro mofletudo se topó con la mirada del diplomático, de quien sabía, por el registro que llevaba en su cuaderno y por algunas conversaciones que habían tenido, que padecía de presión alta. Antes de ese día, Cerpa parecía tenerle cierto aprecio, al menos un respeto prudente, pero en ese momento descargó una amenaza que pretendía servir de escarmiento general.

- Usted cuide su salud. ¡Tome sus remedios y no me venga a pedir ser liberado! —gritó.

- Yo no le voy a pedir nada a usted —respondió Gumucio, con arriesgada dignidad-. Yo soy un ciudadano boliviano que está injustamente retenido con estos señores peruanos y japoneses. No tengo nada que pedirle.

- Ah, es muy valiente -ironizó Cerpa, afrontándolo así, de mala gana.

- Sí, señor. Y eso que no estoy armado como usted -remató el embajador.

Al jefe emerretista pareció cruzarle la idea de terminar con la discusión de un disparo, pero el canciller Tudela, en una reacción rápida, se adelantó a la represalia y dio por terminado el incidente con aspavientos enérgicos.

Aquella era una muestra de que las tensiones podían estallar sobre cualquiera, en especial porque Gumucio, un hombre pequeño de bigotes paternales y mirada honesta detrás de sus anteojos, era uno de los pocos que generaba simpatías unánimes, incluso entre sus captores. Los militantes más jóvenes gustaban de la música boliviana y solían pasarle la voz cuando lograban sintonizar alguna radio de ese país. Un día una de las chicas emerretistas llegó a buscarlo en su cuarto con entusiasmo juvenil; «Embajador, ponga la radio, están pasando nuestra música», dijo. Fue una muestra de cercanía insólita, pero no la primera. La noche misma de la toma, Néstor Cerpa se le había acercado para decirle, casi con un tono de disculpa:


En ese tiempo, buena parte de la cúpula emerretista y numerosos militantes habían pasado por la tierra del embajador, donde un contacto boliviano les gestionaba documentos de refugiados políticos ante la oficina de Naciones Unidas. La inteligencia boliviana había detectado la presencia de Cerpa en ese país desde 1990, junto con su mujer, Nancy Gilvonio, Miguel Rincón y Juan Carlos Caballero, el entonces líder del escuadrón de secuestros del MRTA. A la medianoche del 1 de noviembre de 1995, seis emerretistas encabezados por Caballero interceptaron a Doria mientras se dirigía a su casa y se lo llevaron sin dejar mayor rastro. Siempre al estilo de los secuestros en Lima, Doria fue recluido en un cuarto de apenas dos metros cuadrados, una ratonera asfixiante donde pasaría el mes y medio más incierto de su vida. Tras una tensa negociación, que según la policía Cerpa dirigió por teléfono desde Lima, el industrial fue liberado. Se dijo que el rescate había sido de un millón 400 mil dólares, fondo que fue traído para costear la captura del Congreso y, tras el fracaso, la toma de la residencia del embajador de Japón, exactamente un año después de que el empresario fuera puesto en libertad.



Ahora suponía que la retención de Gumucio le permitiría negociar la liberación de Juan Carlos Caballero y los otros participantes en aquel sonado secuestro, detenidos en cárceles bolivianas. El cálculo no era descabellado, porque el 24 de diciembre, víspera de la Navidad en cautiverio, un tribunal de Uruguay liberó a otros dos integrantes del comando que secuestró a Doria Medina capturados en ese país, y a las seis y treinta de esa misma tarde Cerpa devolvía el gesto con la liberación de su embajador Tabaré Bocalandro. Pero los días pasaban y las señales del gobierno boliviano solo auguraban negativas para un trato parecido. Cerpa debía sentirse doblegado por el estancamiento, pues la operación que había calculado para un par de días llevaba ya varias semanas, meses, a pesar de sus ultimátum y sus llamadas por el altavoz y los disparos de respuesta ante las muecas de provocación de los policías y sus reclamos de dónde carajo está Palermo y su presión para que los rehenes pusieran en sus mensajes al exterior que era necesario presionar al gobierno de Fujimori.



Los vigías emerretistas del segundo piso estaban encantados con (un tema que en el rigor del encierro resultaba irresistible: las historias de sexo del general Rivera27. El oficial tenía siempre los cuentos más bizarros sobre hazañas amatorias, encuentros eróticos portentosos que estimulaban la imaginación poco cultivada de sus carceleros, jóvenes de origen campesino y pobre educación. Algunos también eran aficionados al fútbol y podían sostener las elementales polémicas de cualquier hincha o escuchaban con atención las historias policiales que el general Rivera seleccionaba de su larga experiencia profesional o los consejos de agricultura del coronel Rowel Rivas, quien tenía una chacra y supo engancharse con sus recuerdos familiares. Pero nada los seducía más que las anécdotas eróticas de un militar como Rivera, un hombre menudo de voz sonora y modales campechanos, quien los había escogido para su trabajo de inteligencia psicológica. Las actitudes de los militantes indicaban que iba por buen camino: la sonrisa complacida de Coné dejaba ver un peculiar diente plateado mientras el chiquillo Marcos y Alex disfrutaban los relatos sin soltar el fusil.

 
Fue a propósito de esas conversaciones libidinosas que un día uno de los muchachos salió de la reunión en el puesto emerretista gritando:

-¡Quiero mujer, quiero mujer!

Al poco tiempo, Rivera escuchó de uno de sus pupilos que en ese encuentro se había discutido sobre las necesidades sexuales de los militantes en el encierro: varios se quejaron de que solo Tito y Cusqueño tuvieran la vida arreglada con sus mujeres dentro, mientras los demás debían aguantarse mucho más tiempo del que se les había prometido al planificar la toma de la residencia. Según dijeron, Cerpa se había visto en la necesidad de ordenar que Melissa y la Gringa cumplieran con el revolucionario deber de aplacar el deseo de sus compañeros. Aquel debía ser otro de los graves motivos del llanto de la Gringa y una de las crisis internas del grupo. Ninguno de los rehenes pudo saber si la orden se cumplió, pero varios tuvieron la impresión de que incluso Melissa se sentía obligada a tener sexo con Tito, que la suya era una relación forzada.

Todas eran tensiones crecientes y Cerpa no parecía preparado para manejarlas. El mismo tenía sus angustias acumuladas: su esposa, Nancy Gilvonio, estaba presa en Yanamayo, un penal de los Andes en el sur peruano temido por sus condiciones extremas de altura y las bajas temperaturas a las que estaban sometidos sus internos; el Gobierno había prohibido hasta las visitas humanitarias de la Cruz Roja, de manera que no podía saber cómo la estaba pasando.